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jueves, 16 de febrero de 2017

LA CASA DE LA ABUELA.



Por Raymundo Flores Melo.

Algunos días por la mañana, a punto de despertar, oía a lo lejos el palmoteo. La abuela echaba tortillas dentro de su casa de piedra, tlapanco y techo de teja de dos aguas.

Me paraba. La familia ya estaba sentada alrededor de la mesa. Me ofrecían leche y pan de dulce pero prefería ir a la casa vecina donde la abuela María preparaba la comida que se debería llevar al campo para dar de comer al pastor. 

Tortillas de maíz azul, café negro de olla, salsa roja o verde y sal eran el desayuno que disfrutaba frente a la lumbre del tlecuil erguido en tres piedras, sobre las cuales estaba el comal donde se cocinaban, gruesas y suaves, las tortillas.

La casa de la abuela era un cuarto largo y alto. Tenía una escalera de madera hecha de morillos que el tiempo y el uso habían pulido. Por ella se subía a donde se guardaban maíz, haba, frijol y diferentes trastos.

Al lado del tlecuil una estufa de petróleo – que casi no se usaba - con sus dos botellas boca abajo a los lados. En las paredes, sostenidas de alcayatas y clavos, los santos, cazuelas y retratos. 

El altar ocupaba un lugar especial en la habitación, sobre una repisa, en un marco grande de madera,el Santo Niño de Praga, flanqueado por la virgen de Guadalupe y el señor de Chalma.

En uno de los rincones un baúl de madera que guardaba cosas varias como hilos, listones, encajes, telas, tijeras, agujas, canastos pequeños, medicamentos, manzanilla, cabellos de elote y tejocotes secos, además de algunas fotos familiares tamaño postal.

En otros lugares las oloteras para desgranar el maíz, así como, según la temporada, costales con la lana trasquilada de los borregos. También un ropero en el que sobresalían las faldas, blusas, rebozos, fajas y un chincuete, además de algunas cintas cafés y negras que la abuela entrelazaba con su ya menudo pelo blanco para lucir unas trenzas gruesas.
Cerca de la puerta de madera una trancas y el bastón que le sirvió de apoyo durante los últimos años de su vida.

También recuerdo un trastero café de madera con las puntas hacia el cielo lleno de tazas y platos de vidrio, así como de barro. Largas maderas a manera de bancas sobre las que descansaban molcajete, ollas y cazuelas, entre las cuales había parido la gata. A un lado, en el suelo, el metate con su metlapil.

Dos camas aparejadas cerca de las ventanas que dan a la calle. A los lados de la puerta varias macetas con plantas depositadas sobre las cornisas de las otras dos ventanas y frente a ellas el estrecho corredor que compartía con mi casa.


Febrero de 2017.